Ayer murió Javier Rey Bacaicoa, compañero en la fase de reconocimiento del terreno que permitiría diseñar el recorrido del GR 225. Una vez homologado este, se ocupó generosamente de la confección de la Topoguía que editó Pamiela en el 2018. Dedicó a ese libro descriptivo del sendero la misma meticulosidad serena que vertió durante muchísimos años en la confección de una página que es historia del senderismo navarro: RUTASNAVARRA. Allí, junto a otros apasionados de la naturaleza, consiguió poner a disposición de quien lo quisiera cientos de rutas que pueden seguirse sin necesidad de conocer la zona. Un lugar de referencia, como decimos, para muchísimos montañeros –expertos o no- de esta tierra.
Aunque en esta bitácora las entradas suelen ser impersonales, me gustaría compartir el momento en el que conocí a Javier. Yo había empezado a hacer salidas campestres a una edad tardía para lo que suele ser habitual. Y me gustaba mucho ir solo. Cuando descubrí la página de RUTASNAVARRA no podía creer lo que ofrecía: había descubierto un tesoro. Y la mayoría de las excursiones que elegía las firmaba un tal Javier Rey Bacaicoa. Imprimía la descripción de la ruta (era la época anterior a los tracks por GPS) y me aventuraba -acompañado por sus instrucciones y fotografías- por parajes nuevos. Aprendí, por tanto, de la mano de un desconocido a andar por el monte y a disfrutar de esta tierra nuestra que él conocía con tanta precisión. Un día (en el que paseaba con más amigos) nos encontramos con otro grupo de montañeros y antes de llegar hasta ellos alguien dijo ‘mira, ahí van algunos de los hermanos Rey Bacaicoa’. Pregunté un poco nervioso si estaba Javier, y cuando me dijeron que sí me acerqué a darle la mano y las gracias por tantas horas de placer natural; esa sonrisa franca y un poco burlona que sus amigos conocen bien me hizo notar que lo estaba haciendo de una manera demasiado efusiva. Los dos grupos almorzamos juntos y pudimos hablar un rato sentados sobre las piedras y el musgo. En la sencilla conversación pude asomarme a alguna de las cualidades de Javier que el tiempo y una relación más cercana confirmaron: era un hombre generoso, serio, curioso y afable. Y alguien reflexivo que no podía parar de hacer cosas. Esa aparente y maravillosa contradicción entre el carácter y la acción es poco frecuente. Y valiosa. Ya no podremos disfrutar de lo primero pero seguiremos recordándolo por todo lo que nos deja, por lo que hizo. Un día triste para los senderos.